Beanpole contempló cómo se iba posando el polvo en las hojas que colgaban bajas al tiempo que oía alejarse por la colina los quejidos del motor en primera. Se ocupaba de sus armas y de su salud. Se quedó sentado, preocupado por su madre. —No me gusta nada tener que ser yo el que se lo diga —dijo Howorth—, pero un montón de hombres han venido al pueblo en cuanto los han soltado para comprarse un arma y luego han atracado la tienda. La niña examinó el peluche como si fuese un objeto extraño descubierto en una ciudad perdida. —No lo sé, señor. Hattie se había escabullido por la cocina hasta el rudimentario muelle de carga de la cafetería, había dejado atrás los contenedores de basura y se había precipitado hacia el coche. Quería estar viva cuando su padre llegase de la prisión. El día menos pensado, alguien le daría una paliza a ese chaval y lo dejaría tullido, pero no sería él. Jimmy se rio de lo que consideraba un chiste buenísimo. —preguntó. —Una retrasada que hace colchas. Su mujer tiene una especie de perro enfermo al que hay que pasear con la correa todas las noches. A pesar de sus precauciones, la chica se revolvió, desplazó su cuerpo delgado y estiró las piernas hasta tocar la puerta con los pies. No era más que agua. Tucker remontó la pendiente hasta la carretera y echó un vistazo al radiador, estaba lleno, no tenía fugas. Recogió un puñado de piedras y las fue lanzando por delante del haz de la linterna. Él no tenía ningún problema y no sabía de qué demonios estaba hablando Beanpole. Pero si te atas unos palos a las piernas, llegarás perfectamente a los pedales. —dijo el coronel. Los arbustos de hierba carmín invadían los bordes en su lucha por el agua y la luz contra las asclepias. Al llegar al pie de su colina, aparcó junto al arroyo y se fumó un cigarrillo. Hattie y Marvin pasaron a una cocina con una mesa roja de formica, adornada con una banda metálica, y seis sillas. para empezar a operar. —Creo que me iría bien verde, como el tuyo. Se procede a la firma de contratos y desembolso del monto correspondiente en su cuenta bancaria. Beanpole asintió. A veces se lo beben y se lían a tiros. —Usted no puede predecir el futuro. Se había envuelto el puño con sus cabellos y la tenía bien agarrada desde la base del cráneo. —dijo Zeph. —Bueno, me has pillado, Tuck. Ya no puedo volver a esa casa. Había extrañado la inmensidad pura del cielo nocturno, el diminuto cúmulo de las Pléyades, la espada de Orión y el cazo de calabaza que apuntaba al norte. Podrías quedarte con mi otra hermana, pero no te caería bien. Jimmy asintió. El capó de metal negro resplandecía al sol. Conduciría por su condado cuando le tocara estar de servicio. Nada que ver con lo de hacerte de chófer por toda la región, recibiendo tus órdenes. Transportaba cargamentos de alcohol ilegal a Ohio para un hombre que se llamaba Beanpole. Me dirigía a mi casa, pero no puedo presentarme así contigo, de buenas a primeras. Podéis esperarla en el salón. Entre los árboles se deslizó el canto triste de un chotacabras. Tú también. Una lechuza ululó, luego otra, como si estuviesen conversando. Porque lo único que hago es visitar a gente para que el negocio siga como una seda, y cada vez que voy a ver a alguien me tengo que sentar a comer. Mi mujer te va a despellejar vivo. —En la escalera. Examinó el álamo que bloqueaba la carretera. Marvin se acercó al bebé, que estaba tumbado en la cuna mirando con los ojos muy abiertos el rectángulo de luz que se derramaba entre las cortinas de flores. Son rencorosos. Lo que más le extrañó fue que los soldados blancos lo despreciaran por confraternizar con los negros. En cualquier caso, cada pocos meses sucumbía y dejaba que se apoderase de él la fantasía de su regreso triunfal: su mujer elegante y resplandeciente, los niños milagrosamente curados de sus enfermedades, Jo la primera de su clase, Shiny alto y seguro de sí mismo. —¿Beanpole te ha estado dando dinero? Pensamos en vosotros y por eso os tenemos preparadas las mejores opciones de compra. Tucker la miró, expectante, con la mano lista para golpear de nuevo. Escuchó atentamente durante veinte minutos. El coche lo volvía vulnerable y ponía en peligro a su familia. ¿Hacia dónde queda el norte? —¿Grave? Ahora tenía que discurrir como un oficial y darse órdenes a sí mismo. Cambió de postura, se dio la vuelta sobre el asiento, lo miró. De vez en cuando, una cerca le alertaba de la posible presencia de gente. Tucker le recalcó varias veces lo de la casa nueva: más habitaciones, mejor aislamiento, más caliente en invierno. Eso es bueno, quiere decir que solo te has roto uno de los huesos. Era alto, pero de pecho hundido; todo el peso recaía en sus piernas. —No me gusta —dijo ella—. Los pómulos prominentes como el balasto de las vías del tren. Es difícil distinguir lo que es mentira de lo real. —De mil cuatrocientos cuarenta dólares. Desde € 18,45 Promoción Aladdín, el musical Desde € 25,00 Fanticket disponible The Hole X Beanpole trató de adoptar un tono agradable, consciente de que a ella no podía engañarla, que sabría que aquello no era más que el preámbulo de algo que no le iba a gustar un pelo. Página 72 Hattie negó con la cabeza. Medía casi dos centímetros y medio y lucía marcas blancas y negras en la cabeza. Utilizó varios trozos de papel higiénico para eliminar hasta el último rastro de maquillaje, esperando reducir su atractivo. Oyó el reclamo veloz de un cuclillo y trató de localizar entre la maleza su largo pico proyectado hacia el cielo. La fuerza del alcohol se abatió sobre él como una borrasca y se le despejó la mente de golpe. Seguían el curso del río y aunque no se llegaba a divisar su cauce a causa de los árboles y la espesura, Tucker podía oler el agua. —El dinero del contrabandista del que hablas tanto es la gasolina, no el lubricante. —Ha refrescado —dijo Beulah—. Se relajó un poco. Por las noches bebía jerez, que compraba en tres tiendas diferentes para encubrir su adicción. ES EL CHAVAL DE MI CUÑADO». Un parche de bruma persistía a ras del suelo en una depresión del terreno; el resto ya se había disipado. Ella no había padecido ninguna enfermedad rara durante los embarazos. Se bajó del coche y rodeó el edificio cobijado por la sombra hasta que pudo ver bien la fachada. —Mamá está en la cama —respondió. Se apeó el tipo más grande que había visto en mi vida. —¿Entonces por qué se sentó a cenar con él? HOY CHAPA TU MONEY EN VIVO Fecha Miercoles 15 de Junio, 2022 Horario 07:00 PM La venta de entradas ha finalizado. Ella volvió hacia él sus ojos opacos, ciegos a causa de cataratas. Rhonda se había sentido decepcionada tantas veces que ya le resultaba una sensación familiar, algo que había aprendido a soportar. El viento peinaba las hojas de las ramas más altas produciendo un murmullo de arroyo distante. Puedes cortarte fácilmente. —La que no es más que un bebé, todavía es demasiado pronto para saberlo. —Es buena chica —dijo. Mamá se ha ido a casa de mi hermana. Página 157 —No. Se recordó a sí misma éxitos pasados: el chico que había obtenido su diploma de equivalencia de la secundaria, la adolescente que había huido del padre que abusaba de ella, el niño que se cepilló los dientes por primera vez a los nueve años. Beanpole estaba en el porche sentado en una mecedora reforzada con alambre para soportar su peso. —Me refiero a lo del árbol en medio de la carretera. Sufrió un ataque al corazón en medio del bosque y murió mirando al cielo y escuchando a los pájaros, feliz. La mayor parte de las chaquetas eran estilo Eisenhower, cortas de cintura, de las que dejaban las partes íntimas expuestas al viento. La luz se deslizaba por el suelo al moverse las copas de los árboles. —No puede recurrir a los bancos —dijo Tucker—. Web¡VEN Y CHAPA TU MONEY! Se había recogido el pelo en una especie de híbrido entre moño y colmena, los mechones le tiraban con fuerza del cuero cabelludo. Ofreció a los soldados la oportunidad de formar parte de un grupo de operaciones especiales. —¿Qué es eso? Rasgó un sobrecillo de aspirina BC en polvo, vertió el contenido en un vaso de agua y se quedó mirando cómo se disolvía el remolino de cristales. Página 85 —El caso es el siguiente —dijo Beanpole—. Los tebeos costaban diez centavos, cinco si las cubiertas estaban en mal estado, y ese dinero siempre se destinaba a bienes de primera necesidad. Dejó de masticar, repentinamente temeroso sin saber por qué. Me lo han enseñado en el cole. Zeph entendía que el agua desaparecía poco a poco, ascendía al cielo y luego regresaba en forma de lluvia. Tendría antecedentes, pero eso en las colinas era lo de menos, sobre todo cuando te dedicabas a vender cerveza a borrachos. Tucker asintió. Y se preguntaba qué clase de esquema seguiría la evaporación, de qué modo el viento era capaz de transportar agua invisible de un lado a otro de la región. El primero en llegar fue el grandote, blandiendo una percha de madera con dos cuchillas incrustadas a los lados. Miró a Rhonda por la ventanilla del acompañante. Permaneció una hora inmóvil, luego se levantó bruscamente, se puso las botas y bajó la colina empuñando la pistola hasta la linde del bosque. —El pequeño Randy Ryan —dijo Jo. Ingresos mínimos de S/ 2,000. ¿Y qué hay de las otras dos? No parpadeó. El risco ofrecía una vista imponente de un campo con unos cuantos árboles y maleza abundante. El guardia lo conocía y lo trató bien; comida abundante, café y cigarrillos. Luego seguiré mi camino. Rhonda nunca se lo había contado a nadie porque sabía que nadie iba a creerla, y dormía con un pica hielos oculto bajo la almohada. —La mayor se casó hace poco con uno de aquí. El motero tiró del arma hacia atrás bajo un chorro de sangre y carne. Salió de la casa. Un cartón de tabaco valía mucho dinero dentro de los muros de la prisión, pero Tucker apartó ese pensamiento; desde ahora podría fumar todo lo que se le antojara y utilizar dinero de verdad como moneda de cambio. Se sentía Página 69 desgarrada. El calor se le expandió por el pecho y los brazos. Si no repartes para Beanpole, yo que tú me largaría lo antes posible del condado. —Prueba tú —dijo. A poco que esté húmedo es muy fácil quedarse atascado. Recolectó varias plantas. —preguntó. Tucker asintió para sus adentros, reavivó el motor y arrancó. Yo no, y por eso confían en mí. —dijo Tío Boot. Tucker recogió la pistola de Beanpole, un Colt cuarenta y cinco, y lo apuntó con las dos armas. —Es insalubre. Apenas pueden volar. Los estadounidenses solo habían efectuado dos bombardeos, los dos a gran escala y con éxito, pero después los paracaidistas habían pasado a formar parte de la infantería. ¿Qué hacen las hojas? Jimmy seguía tendido en el asiento del coche, estaba inconsciente, pero respiraba. Beanpole avanzó hasta el borde del porche y descendió los peldaños de tablones. —Aquí —dijo ella bajando la voz—. —¿Grave? —No exactamente. Apretó los labios y emitió un breve zumbido. Se preguntó cuánto tiempo tendría que esperar. El camino, acceso o lecho de arroyo (lo que quiera que fuese) por donde habían subido acababa en la casa y Página 51 no había espacio para dar inedia vuelta, ni posibilidad de maniobrar en caso de tener que emprender una huida precipitada. Big Billy no se movió ni emitió el menor sonido, tenía los miembros atrofiados y sus ojos no veían. Arqueó la espalda y ladeó la cabeza, toda sonrisas y carcajadas. Luego el pasadizo se bifurcó hacia la izquierda y él giró hacia el otro lado y avanzó hasta toparse con la camiseta blanca sobre la estaca de Página 102 roble. —Me debe dinero —dijo Tucker—. Al sentir el contacto, Rhonda se puso a llorar. Unos neumáticos mantenían las tejas en su sitio contra los embates del viento que él sabía que soplaba desde el valle, atrapado entre los cerros. Si no te gusta lo que voy a proponerte, nos lo merendamos a picotazos, como cuervos. Big Billy se puso a hacer gorgoritos al sentir el contacto de su padre. Jo asintió. Ella le metió otras tres patadas, luego se sentó en el estribo del coche para recuperar el aliento. En un rincón, un cubo de veinte litros y un rollo de papel higiénico. Parte de la cara no le funciona bien. Pero así son las cosas. Tucker se bajó del coche, sacó a Tío Boot y lo empujó hasta el jardín. —Tampoco. Tienes que buscar las que sean un poco redondas, como las pelotas de béisbol, aunque no tan grandes. La luz roja de los rotativos se filtró a través de las rendijas de la pared. Nadie está diciendo tal cosa. Antes de comenzar, queremos recordarte nuestro proceso de evaluación para que obtengas liquidez inmediata en 3 simples pasos: Completa el formulario y adjúntanos las facturas que deseas adelantar. —No creo, hasta ahora no. Tucker no reaccionó. —Sería muy duro para la vaca. ¿Es porque tienes los ojos de distinto color? Avanzó en segunda sobrecargando el motor, que se resintió a causa de aquella forzada restricción. Examinó la casa desde todos los ángulos. Es un hábito que quizá debería usted pensar en ir adquiriendo. Así me llama todo el mundo, o simplemente Tres. —Tenemos que hacer algo —dijo. Los cornejos ya habían perdido las flores, pero los ciclamores seguían abotargando las arboledas más bajas. —Y que lo digas. —Doctor Miller —dijo Hattie—. —dijo Marvin. —Eso no tiene sentido. Empuñó la pistola que le ofrecía Freeman y le apuntó a la cabeza. Pero ella no estaba herida y no la consideraba enemiga. Se encendió otro Lucky y vio desfilar el paisaje. Arrancó varias hojas de los tallos, las humedeció con un poco de agua y depositó la pulpa en el lado plano de la cantimplora. La carretera se alzaba abruptamente y obligaba a Zeph a dar con el punto preciso de aceleración para que la camioneta avanzase sin patinar. Tenía la piel morena y el pelo negro, lustroso y abundante. El metal doblado acabó cediendo. Yo no puedo arreglar lo que ya ha pasado. —Es tirar el dinero —dijo Jimmy—. el tipo de cambio,
Cogió cuatro tablones de roble que por el peso y la anchura debían de tener cerca de cincuenta años y los puso en la caja de la camioneta. Se le había posado un bichito negro en la parte derecha de la cara. Se sentó al borde de la cama y le cogió la mano a Rhonda. Ambos sabían que el otro iba armado, y cada uno por su parte sabía que el otro también lo sabía. Encontrarás más por ahí que en este pueblo. —Nadie —dijo Tucker—. —No te hará caso. Es, además, autor de otra colección de relatos (Lejos del bosque), de tres obras autobiográficas y de dos novelas, la última de ellas Noche cerrada. Le plantó una rodilla en el pecho para evitar que se resistiera y luego ciñó la tela húmeda con fuertes nudos. —No —dijo Tucker—. Su experiencia con mujeres se limitaba a una prostituta coreana, y aun así fue estando ebrio, aunque no lo bastante para involucrarse del todo. Si tienes intención de subir, hazlo ya. Un niño es un niño. Tucker se cuadró frente a él, los hombros se le relajaron por sí solos y acompasó la respiración. —¿Cómo? —dijo él—. Pero esta vez no te cortes. —Vaya —dijo Jimmy—. Tucker era consciente de que él no caía en esa categoría. Rhonda negó con la cabeza. —Se largaron o murieron, lo uno o lo otro. —No —dijo Rhonda—. Tom Freeman[1]. Un cañón de diez centímetros sería más fácil de ocultar, pero a Tucker le gustó la idea de llevar la misma arma que las fuerzas del orden. Menéalo por la derecha, luego tira fuerte. ¡Como paga que paga! —Sí, así es. Ya había tomado una decisión. —¿Aquí? —No lo sé exactamente. Él le pasó la cantimplora y ella le dio un buen trago. —¿Y en los álamos? ¿Cuánto cuestan las entradas? Lo que me está desquiciando son las picaduras de abeja. Si te aseas con regularidad, ¿quién los necesita? —En Molton Holler. Hattie volvió a ponerse al volante, batalló con el viejo embrague para meter primera e inició el ascenso de la colina moviendo los pies entre los pedales como si estuviese tocando el piano. —Yo creo que hay otra forma de afrontar este asunto —dijo Hattie. Iba a tener que ser aquel chaval. ¿Quieres que lance al río todas mis herramientas? El alboroto de los perros se redujo, luego volvió a alzarse y rodó en olas sobre la tierra, el gemido grave y constante de los sabuesos por debajo del de los demás perros. —No —dijo Tucker—. Por hábito, seguía redistribuyendo el peso para acomodar el fusil que ya no llevaba. —Mi hermano me hacía lo mismo. Marvin compuso en su rostro una expresión de profunda compasión que había copiado a un predicador, y se inclinó hacia delante. —Yo he engrosado —dijo Beanpole—. Pero luego correría la voz y Beanpole quedaría en mal lugar, como alguien incapaz de proteger a su propio sobrino. Me dirijo a Ohio para ver a mi mujer. El hombre pertenecía a los Dayton Satans, un club de moteros de Ohio que tenía a tres de sus miembros encarcelados en La Grange. —le preguntó Tucker a Rhonda. Beanpole se había casado pronto y bien, y seguía amando a su mujer. Al no estar muy al tanto del protocolo, no quería cometer ningún error. Marvin se unió a ella. Jimmy tuvo el buen sentido de no hacer el menor comentario. Nunca se había parado a pensar en aquello. Las peleas a cuchillo las ganaba el hombre que tardaba más en morir desangrado. Página 130 A mitad de la ladera el camino describía una pequeña curva, luego la pendiente se hacía más pronunciada. Tucker sacudió la cabeza. Se quitó las botas y los calcetines, luego los pantalones. ¿Te funcionan los dos ojos? Y luego Caín se casó y tuvo hijos. Página 80 —Desde luego —dijo él—. —Es una canción de misa. Beanpole sabía lo que les pasaba a los hombres que subestimaban a Tucker. Los cinco primeros metros estaban cubiertos de colillas y latas viejas de cerveza. —¿No pudiste dejarlo pasar? En algunos trechos era bastante accidentado, más un arroyo que un camino. Y seguro que eso no va a cambiar hoy. La señora Crawford abrazó a Jo con torpeza y estudió su cara llena de lágrimas, llevaba la tensión de la desdicha grabada en la piel. Lo siento. Tucker cargó contra él y lo embistió contra la pared del cobertizo anteponiendo el brazo armado. tu cuenta bancaria
—¿Puedo ver a tu bebé? Página 164 Agradecimientos Por la ayuda editorial durante el proceso de escritura de este libro, les estoy muy agradecido a Amy Hundley, Nicole Aragi, Jonathan Lethem, James Offutt, Kathi Whitley, Levi Henriksen y Melissa Allee Ginsburg. La ropa de preso le quedaba lo bastante suelta para ocultar la armadura improvisada, siempre que no se inclinase demasiado en cualquier dirección. —Te he echado de menos —dijo ella. Solían plantarse en el aparcamiento haciéndose los duros y discutir sobre cómo habrían transportado aquel cristal cuando lo construyeron. El dinero salpicado de sangre lo explicaría todo. El sol iba ganando altura. En las colinas existía algo que no quería perturbar. —Esa de ahí es Ida. Retrocedió de espaldas y salió por la puerta abierta. Chapa tu Money en Lima 12 de octubre La presentación será en el Teatro Canout (Av. HOY MIÉRCOLES 29 de junio, no te pierdas un show … Se había sentido igual al entrar en combate, como un pez en el agua rodeado de animales que se revolvían para mantenerse a flote. Se dio la vuelta, consciente de la mirada del hombre, que le perforaba la espalda mientras cruzaba la tienda. Jo asintió. —Está a punto de cumplir los trece —dijo Rhonda—. FULL DAY CAÑON DE AUTISHA RUTAS INCAS - LIMA / Especiales. Abandonó el atajo y subió la colina. La cama de Velmey estaba en un rincón y la niña yacía apoyada en la pared, sostenida por dos almohadas. Desenvainó el Ka-Bar y presionó el filo contra su cuello. El contenido de esta obra está protegido por la Ley, que establece penas de prisión y/o multas, además de las correspondientes indemni-zaciones por daños y perjuicios, para quienes reprodujeren, plagiaren, distribuyeren o comunicaren … DANIEL BOONE Página 7 1954 Página 8 Capítulo 1 Tucker llevaba seis horas caminando entre la bruma que había comenzado a alzarse del suelo en olas resplandecientes desde primera hora de la mañana. Seguía con el brazo en alto y los dedos extendidos hacia el cielo. Ella lo ignoró. Lund asintió, desconcertado ante la clarividencia del coronel. —No, si nadie sabe que he estado aquí. Llamaremos a tu madre. El humo se abriría paso por las cavidades de la gruta y por las galerías interconectadas de la mina y sería muy difícil rastrear su origen. Se rio, la cara perdió toda su forzada dureza y se transformó en un crío en busca de aprobación tras una broma fallida. Pero si a alguno se le ocurría colarse en el otro lado, le pegaba un tiro. El juez lo sentenció a ocho meses en una penitenciaría estatal. La hizo girar describiendo un ocho. Todos aquellos hijos defectuosos le proporcionaban una tapadera perfecta y mucha empatía implícita. —Los voluntarios, que se queden —dijo, y señaló al grandote de Minnesota—. —No. Se va por ahí. Al día siguiente desmontó el revólver, lubricó las piezas, las envolvió en un trapo engrasado y las metió en una bolsa. Una oleada de preocupación le recorrió el cuerpo. Pero creo que mis viejos no lo sabían. Y ya ni sé la de veces que has tenido que quedarte haciendo el tonto en Ohio esperando a que te paguen, a que te apañen el coche o a lo que sea. Página 155 Luego la machacó con la hoja del cuchillo. Contempló las pocas estrellas visibles entre las copas de los árboles. Tucker fue una vez a visitarlo con su madre y se quedó horrorizado al comprobar que vivía en peores condiciones que los pollos que Página 70 había matado. —Puede ser, pero estoy casi seguro. Transcurrió otro minuto. Tucker apuntó a la primera horcadura del árbol. —Rhonda alzó la voz—. Tucker lanzó el cigarrillo al jardín de un capirotazo y se dirigió al coche. —Sí. Tucker asintió y se dirigió al coche. Si vamos a irnos, lo mejor será que nos pongamos ya en marcha. Calculó que no serían más de Página 21 ciento cincuenta kilómetros, menos si evitaba las carreteras y avanzaba campo a través. Tucker ni sonrió ni dijo nada. Te he contado el mío. Luego se pasó unos cuantos días echándose a dormir ahí fuera con un calibre veintidós y cuando las latas lo despertaban, trataba de identificar dónde estaba el mapache. Al ver a aquel hombre bajito con ropa de faena, se llevó una decepción. Uno quedó a cargo de su cabeza. Tucker era muy consciente de que ahora era vulnerable, estaba arrinconado y contaba con una única vía de escape. El silencio duró apenas medio minuto, luego comenzaron de nuevo. Quiero sesenta a la semana. Llevaba sesenta y dos años sin reloj, pero siempre había sabido la hora que era, un don esencialmente inútil. Cuando la densa oscuridad comenzó a atenuarse, desenfundó la pistola. Página 86 —A lo que voy —dijo Beanpole—, es que la única fuente de ingresos fiable con la que cuento es la de ese contrabandista. Página 36 —Para asegurarme de no volver a pisarlo. Con movimientos lentos y reflexivos, se sacó un Lucky del bolsillo de la camisa y lo encendió con la otra mano. Las abejas alzaron el vuelo, pero volvieron al momento; pese a las seis picaduras permaneció en silencio. Alumno de James Salter y Frank Conroy en el curso de escritura creativa de la universidad de Iowa, Chris Offutt debutó en 1992 con el libro de relatos Kentycky seco. —Eso no son nombres. La cosa me viene de cuna. —Puede esperar aquí, si quiere. El caso es que sabía que me estaba acercando a un desvío muy cerrado. Estaba afilando el cuchillo Ka-Bar cuando Rhonda salió y se sentó a su lado. —Es por mi cabeza. Alzó la mirada hacia Hattie, sus ojos oscuros, confiados e inquietos—. —¿Todavía? Llévale agua y quédate en tu habitación. —¿Y en qué puedo ayudarle? Así que no creo que tengamos problemas en llegar. Hattie señaló las camas al dirigirse a Marvin en voz baja. Su hermano solía hacérselo cuando eran pequeños, y lo seguía haciendo de vez en cuando: le planteaba preguntas para las que no había ninguna respuesta buena. Las entradas la puede comprar en la plataforma de Entradaya.com.pe y rondan los precios de entre S/40.00 a S/85.00, pudiendo comprar también entradas a un Meet & Greet con los artistas invitados y los conductores del programa a tan solo S/40.00, pero es un costo aparte a la entrada para el show. El viejo murió y la carrera de Marvin se estancó. Tucker se desplazó en la silla y concentró toda la fuerza de su mirada en el rostro de Beanpole. No pasaba una sola semana en la que las hermanas de Beanpole no lo criticasen por no ayudar más a Jimmy. Big Billy se convirtió en el favorito del personal de enfermería. Pasó junto a ella y descendió la pendiente. No era su marido el que estaba en el jardín, era el viejo Zeph. Tucker no le recriminaba que hubiese intentado matarle de un tiro. —Sé de un hombre que llevaba uno de esos Derringer de dos disparos sujeto con un cordel por dentro de la camisa. Ella quiso saber por qué, por qué él, por qué ahora, ¿por qué?, ¿por qué? El día y la noche solo se distinguirían por la temperatura del aire. A mí eso no me importa. Cette adresse e-mail est protégée contre les robots spammeurs. Me acompañó una colega. —dijo Jo. Sonrió a Hattie, sus ojos oscuros rebosaban de aprecio. Ni abandono. Y para abrir la puerta del acompañante tuvo que alzar con fuerza la manija y dar un tirón que acabó desprendiendo escamas del cromado. —¿Y qué les digo? Sabía que iba a recordar ese día el resto de su vida. Se topó con una mata de trilios aplastada y desparramada. La prostituta le tocó con la mano. —Tienes toda la razón. Su plan era atarlo a un árbol que quedase más allá del viejo cortafuegos construido por el Servicio Forestal. El tiempo se había ralentizado, a su alrededor el mundo parecía haber doblado su paso. Zeph distinguió el percutir intermitente de los pájaros carpinteros en busca de insectos. Papá te quiere, Big Billy. —No —dijo Rhonda—. Lo leí en un libro. Había una escoba apoyada en la puerta mosquitera. Zeph aguardó a que Tucker se pusiera a salvo, entonces comenzó a girar el volante y aflojó el freno. Era un método aprendido en prisión: cómo sacar un pitillo sin que la gente viese el paquete y fuese a gorronearle. El sombrero le quedaba pequeño y se lo inclinó sobre la frente. Me habría gustado. Tucker y los demás conductores regresaban con cajas de whisky aprobado por el gobierno con las que Beanpole traficaba en medidas de media pinta por los condados donde imperaba la ley seca. —¿Se da la vuelta sola? El popular ‘Chibolin’ estuvo como invitado en el show de Ricardo Mendoza y Jorge Luna y nunca imaginó que el comediante lo sorprendería con el romántico gesto. A los pocos años, reemplazó a Zeph en el puesto de conserje del colegio. 91 likes. Tenía que levantar el campamento antes de que lo descubrieran. Es un buen bebé. Escuchó con atención, volviendo la cabeza en distintas direcciones, olisqueando el aire. Se cruzó de piernas y comenzó a afilar la hoja sobre el tacón de la bota. Su marido no trabajaba en una acería. Estaba sediento y tenía los hombros agarrotados. —Dormiré en el coche. Shiny se volvió triunfante hacia su hermana, pero ella no se encontraba bien. Lo siento. Tras veintidós años de servicio se retiró y abrió un pequeño negocio de alquiler de barcas en el recién creado embalse de Cave Run. Una larga nube desbaratada y perfilada de gris por abajo cruzaba el cielo. —Esta vez dos. Dicen que la han dejado muy bonita. Se levantó con un movimiento lento e indolente, como una serpiente en primavera. Tú no eres de los que mete la mano en la caja. Era un buen emplazamiento, seguro y apartado de la gente, en terreno elevado y resguardado de la lluvia. No se lo conté a los del estado. Salen coches nuevos cada día. Su puesto de trabajo estaba en juego. —Se ve que alguien vio un coche. —Papá, sabes un montón —dijo. —Parece que Big Billy lo lleva bien —dijo Hattie. —Siento haber estado ausente tanto tiempo. En realidad no son peces, son más bien una especie de seta. Zeph acompañó a los niños al exterior, incapaz de recordar la última vez que había tenido pasajeros. —Prefiero tenerte a ti. El saco golpeó a Jimmy en el pecho. Él agradeció el alivio y agradeció por partida doble no haber consumado, porque no estaba casado. —¿Cuándo está previsto que nazca? s.text ='window.inDapIF = true;'; Podía amenazar al hombre, aunque eso solo empeoraría las cosas. La estrechó hasta que Rhonda jadeó. Cada enfoque tenía sus fallas y conducía reiteradamente a una realidad fundamental: Tucker se había transformado en un enemigo y Jimmy era un lastre. Dijeron que tú eras el motivo por el que iban a por mí. —dijo Jimmy. Lo de los niños no fue culpa tuya. Se las ofreció por el asa y Marvin bebió. Y no quiero hacerlo en el bosque. El estridente reclamo de un chotacabras sonó cerca de la casa. La luz dorada se filtraba entre los árboles otoñales. Tendrías que echarle un ojo a este panal. Rhonda deseó que apareciese un arcoíris, pero no salió ninguno y comprendió que ya era una adulta y que los adultos no esperaban nada que no pudiesen controlar, que solo aceptaban lo que tenían delante: un árbol cruzado en la carretera, el bosque, el azul pálido y casi transparente del cielo. —¿Estás cabreado conmigo? Rápida como un mosquito, la señora Howorth hizo aparecer un revólver de pequeño calibre y le apuntó al pecho. Los tacones de sus botas de cowboy imprimían huellas profundas en él suelo blando, sus punteras arrastraban la tierra hacia delante formando triángulos que indicaban la dirección en que corría. —Eso oí. —A ti no. ¿Sabes lo que decía mi madre de mí y de mis hermanos? Beanpole meditaba mucho las cosas. Hattie se dirigió en voz baja al ceño fruncido de Marvin. —Retrocederemos hasta dar con un sitio donde podamos dar media vuelta. —dijo Tío Boot. Tío Boot se rio, un sonido brusco que dio lugar a una tos ronca. Tucker se deshizo del cigarrillo de un capirotazo y pateó el tablón inferior de los escalones de roble para desprenderse el polvo de las botas, una señal de respeto, aunque no tenía la menor intención de entrar en la casa. —Una mujer no, un hombre. Las carreteras son malas y no hay suficientes médicos. —Sé, al menos, que por aquí no —dijo Beanpole—. Al día siguiente, regaló los perros que habían sobrevivido. 5.Some experiments (cost) a lot of money. —¿Perdón? Zeph, ¿de qué se trata: varicela, paperas, sarampión? Le ofreció la manzana. Primero tendríamos que ir a algún lugar privado para estudiar las opciones. Lo voy a llamar China. Se movieron a un ritmo constante, sin hablar, pendientes de la respiración del otro, sobre la cama chirriante. Jimmy se presionó la tripa con suavidad y sacudió el polvo, ya no imaginario, del Borsalino. Lo mismo se estaba retocando, aplicándose una fina capa de pintalabios carmesí, como las mujeres que salían en las portadas de las revistas. Tucker subió los escalones y tomó asiento en una silla de madera. Si no acababa en trifulca, los guardias dejaban que los hombres se peleasen con la esperanza de que los contendientes acabasen fuera de circulación por un tiempo. Era la única mujer de la colina que vestía así y tenía la costumbre de enrollar el dobladillo de una de las perneras para formar un cuenco de algodón en el que poder sacudir la ceniza de los cigarrillos que liaba minuciosamente a mano con papel de fumar OCB sin goma. Rhonda cerró los ojos y se apoyó en él, aliviada. —Es un grifo —dijo Tucker. Arrojó el Borsalino al suelo del coche y abrió la puerta del conductor. El hueco comenzó a estrecharse tras describir una ligera desviación y Tucker midió la anchura para asegurarse de que el coche cupiera. Esperó a que se detuviese, a que percibiese su presencia, pero mantuvo su paso lento y en la penumbra Tucker reconoció a la madre de Zeph. Ella se despertó y se abrazó a su cuello. —El mismo que su papá. Se encontró a su marido sentado en el porche, observando el cielo con la despreocupación de un azulejo en un arbusto. —Peliagudo, dices. Salió al asfalto. No nos dijimos los nombres, pero nos dimos la mano. Has cometido un error. —Joder —dijo él—. Al cabo de unos minutos, Rhonda abrió la puerta del coche y salió. —Lo de ser cabezota está muy bien —dijo—. Ahora tenía dos problemas: Jimmy y Tucker. Marvin miró a Hattie, desconcertado. —Sí —dijo él—. —¿Y se puede saber de dónde salió la mujer de Caín? Preventiva, una multa y a la calle. —La casa. El niño subió y se deslizó para hacer hueco a su hermana. Tucker asintió y se puso a arrojar los desechos colina abajo. Lo mismo puedes contarles a tus hermanas lo del calendario. Intento ayudarte. Hundió el pie en el freno y bloqueó las ruedas para evitar pisar las losas de piedras del arroyo que formaban los cimientos del porche. Llevaba un mono manchado de grasa con su nombre bordado en cursiva sobre un parche oval: Chester. Avanzaron despacio. Quien no fuese capaz de sobrevivir en el bosque no merecía respirar. Tucker se escupió en el brazo a modo de espuma y se afeitó una zona antes de proseguir. Necesita ese coche porque el otro ha desaparecido, nadie sabe dónde está, ha desaparecido para siempre. Salió al porche y al momento se quedó perpleja, luego se alarmó. Tucker salió y movió la antena que estaba unida a un poste hasta que la imagen mejoró. Subió la empinada pendiente hasta su lugar secreto, apartó con los pies las hojas húmedas y se sentó en la piedra plana. La luz del mediodía se deslizaba por la ventana. Tucker la encontró preciosa; no había cambiado y se le había soltado de la horquilla un mechón de pelo oscuro. Separó el brazo de la cintura de él y le posó la mano en la pierna. Él se sentó en una roca húmeda que sobresalía unos quince centímetros del suelo. Tucker asintió a su hijo, que se marchó a regañadientes. —dijo él. Y el hombre cuenta con una coartada para lo de Salt Lick. El frío inesperado le cogió por sorpresa, como si se le hubiesen saltado los dientes de las encías. —No, cariño. Página 14 Tucker golpeó el botón y se abrió. Página 2 Chris Offutt Noche cerrada ePub r1.0 Titivillus 01.06.2021 Página 3 Título original: Country Dark Chris Offutt, 2018 Traducción: Javier Lucini Editor digital: Titivillus ePub base r2.1 Página 4 Para Melissa Allee Ginsburg Página 5 Índice de contenido Cubierta Noche cerrada 1954 Capítulo 1 Capítulo 2 Capítulo 3 Capítulo 4 1964 Capítulo 5 Capítulo 6 1965 Capítulo 7 Capítulo 8 Capítulo 9 1971 Capítulo 10 Capítulo 11 Capítulo 12 Capítulo 13 Capítulo 14 Capítulo 15 Epílogo Agradecimientos Autor Página 6 Regresé a casa a por mi familia, con la determinación de mudarnos lo antes posible a Kentucky, lugar que considero un segundo paraíso, a riesgo de perder mi vida y mi fortuna. Aquel respingo sacó a Rhonda de su incipiente letargo. —dijo Jimmy—. Tucker negó con la cabeza. Los presos solían sugerir que eran hijos de Caín para justificar sus crímenes, sobre todo los homicidios. Página 133 —No lo sé. Deseó que aquella gente del estado se diese prisa y se largara para poder tumbarse y dormir. No tuve elección. Tucker era mucho más peligroso cuando aparentaba ser inofensivo y se movía como alguien aturdido por el calor. 3.Mr. Así que suelta de una puta vez lo que tengas que soltar. Tucker quería decir algo, pero no sabía qué y tenía miedo. Ni se te ocurra dudarlo. Al fondo de la tienda había una larga tabla de roble blanco llena de manchas y muescas. Pero acabó tan turbada por el conflicto interior que se unió a la iglesia con un fervor que le duró seis meses, hasta que se salió. Las arrugas le estriaban la cara como corteza vieja. Se metió dos dedos en la boca y silbó, luego soltó un alarido. Con mucha delicadeza, embadurnó la cara de Jimmy con la cataplasma de perejil. —¿Jimmy? En la estación de Cincinnati, Tucker ya no pudo más. Se detuvo a media zancada. —No puedes —dijo Chester—. —¿Y si comemos como Dios manda en esa cafetería de allí? Le gustaba eso de Jimmy, lo de que no hablara tanto. Regresó junto a Jimmy, que no se había movido. Con tres ya no hay niño. WebHOY CHAPA TU MONEY EN VIVO. —Pero ¿qué es la gracia? El cuello empezó a dolerle de tanto mirar por encima del hombro, así que trató de guiarse por los retrovisores, pasando una y otra vez del espejo interior al atornillado en el lado del acompañante. —¿Quieres decir que era divertido? Jo sacudió la cabeza. —Los tacones de acero no hacen ruido en el bosque. Era lo que llamaban «pena acelerada», porque erradicaba las horas como si jamás hubiesen existido. —¿Desde cuándo ser honesto es un error? De lo contrario, ya estarías muerto. Un barreño cubría la chimenea para que no entrase la lluvia. Ella se secó la boca con el dorso de la mano y observó detenidamente el campamento improvisado. —Tengo entendido que Beanpole está dejando lo de los perros culebreros. Beanpole se plantó en lo alto de los escalones de ladrillo. Jimmy golpeó el barril ligeramente con el pie, procurando no rasparse la bota. Todo lo referente a la vida militar le aburría, salvo el combate. Los flecos de las agujas rastrillarían el suelo y borrarían el rastro de los neumáticos. Cualquiera lo estaría. —Iba en un avión. Continuó mirando en espera del regreso del ángel, temiendo haberle disgustado hasta el punto de no querer volver a saber nada de ella. —Ya lo veo —dijo él—. Tras seis nuevos intentos, acertó de lleno y rompió a reír. —Nadie ha dicho que lo seas. Sala de e ... Entradas recientes del blog . Pero lo demás pintaba fatal. En los treinta y cuatro años que llevaba con los pies sobre la tierra, Hattie solo había besado a un chico y a una chica; lo del chico no le gustó, lo de la chica sí. No había barandilla y avanzaba con sumo cuidado, como si fuese la primera vez que bajaba unos escalones. —Rhonda está embarazada. Eres un hombre de mundo en toda regla. No dejará que te quedes a pasar la noche. Tucker pensó en besarla, pero decidió que sería mejor esperar. Lo siento mucho. Tucker abandonó el prado para regresar al bosque. Página 35 —Ve a por una pluma —le dijo Tucker a la chica—. Pero tú no. Señaló al hombre corpulento que estaba al lado de Tucker, un rubio de Minnesota por cuyas venas circulaba el fantasma de su ascendencia vikinga. —Acabo de salir del ejército —dijo Tucker—. —No veo otra solución. —Se lio con una mujer y primero disparó a su marido. Le fallaron las rodillas y se sentó, sujetándose la tripa con ambos brazos. Los pinos que él mismo había plantado a modo de cortavientos para el invierno habían cuadruplicado su tamaño. —Disparó contra toda esa condenada familia —dijo Beanpole—. Te metería tres o cuatro tiros antes de que pudieses sacarlo. Los perros desaparecieron sigilosamente del jardín con el cogote alzado como aletas dorsales. Tenía la mitad izquierda de la cara cubierta de sangre, que le seguía chorreando por la mandíbula en hilos que goteaban sobre su camisa. Dos ardillas rojas se perseguían alrededor de un roble al otro extremo del jardín, luego treparon por el tronco. —De acuerdo —dijo Tucker—. Pero ya estoy aquí. Le desgarró las bragas y se las desprendió. Entonces me aseguraré de que no hagan la redada hasta después del parto. —Esta familia es una fábrica de retrasados, eso es lo que es. Ese tipo de preguntas les hace creer que hay una respuesta correcta y otra incorrecta. A su lado tenía un barril de pepinillos. Jo seguía reposando. Dos tercios de los hombres que había conocido en el ejército estaban muertos. —Diez mil dólares. —En la pared o bajo los tablones del suelo, una de dos. Si se sentía insultada, Rhonda ya no permitiría que Hattie volviese a la casa. El juez dijo que el niño estaba mejor allí. —¿Te duele? Tras coronar la cima, por encima de su vieja casa, se puso a descender despacio hasta llegar sin vacilaciones a su lugar secreto. Aquí no es blanco o negro. En el informe ponía que la niña tenía diez meses, pero era tan pequeñita que daba la impresión de estar desnutrida, y Marvin se preguntó si el padre sería un hombre grande. —Rhonda —dijo—. Al otro lado del océano, recibió una carta de casa, un sobre arrugado con la letra de su hermana emborronada en un trozo de bolsa de papel marrón, una noticia triste: su hermano pequeño se había caído en un pozo y se había ahogado. La boca se le anestesió y le ardió la garganta. Él le había jurado hacía años que jamás metería sus negocios en casa. Ayúdame a levantarme y vamos a buscarlo. Me llevó mucho tiempo darme cuenta de lo listas que son. El nuevo bebé. —dijo Tucker. ¿Lo has hecho alguna vez? —No. Había otras ocho personas almorzando o tomándose un café, todas mejor vestidas que ellos. Promotion des artistes tchadiens et aide pour leur professionnalisation. —¿Estás enfadado conmigo? —dijo. —Estará muy mayor, ¿no? Tucker permaneció inmóvil, admirando su belleza. —Si uno se remonta mucho puede que haya alguna coincidencia, pero nada preocupante. Chapa tu combi es una novela peruana de Michelle Alexander, que busca visibilizar la informalidad en el Perú. Había permitido que los funcionarios del estado —un hombre trajeado, tres hombres con ropa de hospital y una mujer quisquillosa que en ningún momento se dignó a mirarla a los ojos— se llevasen a sus hijos. Un pájaro carpintero aporreaba un árbol y la primera cigarra del día inició su canto en la lejanía. Madre mía, pero si eres más alta que yo. Tucker le miró sin hablar. La parte trasera se alzaba con cada rotación de las ruedas, lo que indicaba que había un neumático de repuesto que no casaba con el resto. En la superficie flotaban pequeñas astillas marrones, trozos desprendidos de la calabaza seca y vaciada que utilizaban de cazo. No hablo de ayudar al Señor, tú ya me entiendes. Metió con cuidado la pistola en una bota, recogió hojas descompuestas y tierra con las manos y se restregó aquella marga fresca en la piel. —No tenías por qué darme una patada en los huevos —dijo Tío Boot. El juez establece una pena leve, entre seis y ocho meses. Nunca lo había oído hablar así, y se imaginó que algo tramaba. Página 44 La chica pensaba que hacían buena pareja, él era bajito, como ella, serio y competente. Dentro de la cafetería había un obrero con gorra, camisa de franela y peto bebiéndose un café en la barra. Tucker alzó aquel tarro diseñado para conservar verduras en otoño. Las cejas eran largas y claras, arqueadas en los extremos. Más tarde lo trasladaría a la lata de café repleta de viejas colillas que guardaba para uso de emergencia cuando se quedaba sin tabaco industrial y tenía que liarse los suyos. No puedo pasar. Sonrió, tiró de la mujer para volverla a poner en pie y se situó detrás de ella. —le preguntó—. Tucker asintió. Tucker le había dado un susto, pero al girarse se dio cuenta de que no era más que un crío. WebCarlos la miró entre aterrado e incrédulo, y ella le prometió llevarlo a ver el fuego eterno de las ánimas penitentes que se calcinaban en el camposanto, los jinetes sin cabeza que … Una sábana andrajosa y arrugada cubría la tapicería. Complementó su pensión militar reparando motosierras y cortacéspedes. A los dieciséis, Casey empezó a desenterrar ginseng, una planta mucho más valiosa, y disparó a un hombre en el bosque a causa de una raíz de cuatro años del grosor de su muñeca. Cuantas más se tuviesen, más posibilidades habría de conformar un todo. Espectáculos Ricardo Mendoza y Jorge Luna estrenarán programa concurso “Chapa tu money” en Youtube. Al ver que nadie le iba a echar una mano, Tío Boot comenzó a moverse con sumo cuidado, centímetro a centímetro, arrastrándose como un bebé por el estribo hasta tenderse en el asiento trasero. Había cometido un error que podía costarle la vida. Estamos aquí sentados. Temió que la rugosidad de su mano la molestase y giró la muñeca para acariciarle la cara con el dorso de los dedos. Se bajó del coche y examinó el suelo. Prepárate para ver a tus artistas favoritos dándolo todo. Todo en lo que creía y por lo que había trabajado. *:focus:not(:focus-visible) { Permanecía estoica como un bloque de granito. Los músculos de las piernas le temblaron por el esfuerzo. —¿Algún antecedente en cualquiera de las dos familias? —La mayoría de los niños de por aquí tienen juguetes caseros, pero su madre no se da mucha maña con ellos. —¿Cómo puede ser? Es producida por del Barrio Producciones y emitida de Lunes a Viernes a las 9:30 de la noche. Durante tres días más, la ley soy yo. ¿Por qué tenías que dispararme? Echó un vistazo al rincón Página 132 de Big Billy, pero su cama no estaba. Al final tomó una determinación, la mitad del huerto sería para él y la otra mitad para los mapaches. ¿Tú dónde has estado, Shiny? De camino a casa, conoce a una adolescente en apuros con la que acaba casándose y … —Tantos años de estudio —dijo Tucker—, para nada. Tucker sintió que se le aflojaba una honda tensión por dentro, como si cada músculo fuese una ballesta de amortiguación de un coche de reparto y la presión se hubiese aliviado al descargar la mercancía. No habían estado muy bien desde que había llegado de la última ruta. Su habilidad le desconcertó, igual que esas bandadas de pájaros que cambiaban de dirección al mismo tiempo. var s = doc.createElement('script'); Tú puedes vender la mía si te da la gana. La anciana señaló en la dirección correcta y Zeph miró la hierba que se mecía con la brisa, las puntas oscilantes sobrecargadas de semillas. Beanpole se rio para sus adentros. Había un hombre de veintipocos años apoyado en el capó. —Tenemos que seguir hablando un ratito con tu madre —le dijo—. ¿Cuál es el precio de las entradas para Chapa Tu Money? —Todos los días. Más adelante, el conducto se bifurcaba y los viejos raíles viraban hacia la izquierda. Esa zona está llena de serpientes. ¿Y ahora me dices que te debo dinero? Jimmy se paró en seco, con la espalda arqueada y los talones alzados, como si se hubiese quedado congelado. —No he dicho que se venga a vivir con nosotros. Tucker se adentró en el bosque y la vio regresar a la cafetería. —No los aparentas —dijo ella. Uno era médico. —¿Cómo? Nunca se lo contó a sus compañeros, sabía que se burlarían de él. —¿Estamos solos? —Ahí me has pillado, Jimmy. Luego se quitó la capa de ropa externa. Pese a estar en una mecedora, permanecía inmóvil. Tucker cerró los ojos y aguardó a la escucha el regreso de Jimmy, tratando de predecir el momento en que abriría la puerta. —Hattie. Tucker acercó el título de propiedad del coche al ojo bueno de Tío Boot. Se puso de pie sobre el asiento y se inclinó hacia delante desplazando todo su peso a la punta de los pies para Página 125 poder mirar a través del parabrisas. La lluvia había liberado el aroma de los cedros, que flotó hasta ellos desde la arboleda. El comandante alzó el bastón encolerizado y le asestó un golpe seco en la pierna que resonó por todo el campo de maniobras. Zeph se encorvó por encima del volante. La guerra y la prisión le Página 151 habían enseñado que los márgenes no existían, que al final todo el mundo acababa enfangándose. Su recuperación de la depresión fue gradual, pero completa, y siguió amando a Tucker hasta el final de sus días. Ayudabas cuando podías, pero Zeph esperaba haberse librado de los Tucker para siempre. Tucker se quedó mirando el temblor involuntario de las piernas de aquel hombre, sabiendo, por Corea, que no duraría mucho, que se estaba desangrando por dentro. Sabía cómo dirigirse a la gente, sobre todo a esa clase de gente. —Al final, todos esos capullos quieren lo mismo. En lugar de eso, se concentró en la tarea que tenía entre manos, avanzar por el asfalto accidentado de bordes quebradizos. —Se llevaron a mis críos mientras estaba cumpliendo condena en prisión por ti. Se imaginó que el cuervo estaba avisando a los ciervos de que se aproximaba un humano y dio por supuesto que se trataba de él hasta que Jimmy surgió de detrás de un árbol apuntándole con una pistola. La sangre ya estaba atrayendo a las moscas, pero estas enseguida desplazaron su atención hacia el charco de bilis, mucho más apetitoso. —Tendría que haberla. Las hojas cubrían la piedra. Tucker dejó caer el macuto y descansó. Ahora que casi había cumplido los dieciocho y contaba con la paga de veterano, estaba listo para buscarse esposa. En cuanto se hubo marchado, con el rostro adusto frente a la onerosa responsabilidad de ponerse al volante, Beanpole se armó con un revólver. Y ese día no parece estar muy cerca. —No —dijo Beanpole—. Volvió la cabeza para encenderlo, el Zippo llameó y él ahuecó la mano para ocultar su sonrisa. Página 117 —Al siguiente pueblo, camino de casa. —¿Por qué no? El sol ascendía a sus espaldas, proyectando su larga sombra sobre la tierra. —dijo Hattie. El tiempo transcurría muy despacio, como en los combates en Corea y en la pelea a cuchillo en La Grange. —Vale, pues entonces llamaremos a un vecino. La puerta mosquitera, con sus bisagras hechas de tiras de goma sacadas de un viejo neumático, chirrió y dio un golpe. —Deja la sierra en el suelo —dijo. Tucker se sacó el montón de dinero del bolsillo. Un trepador descendió cabeza abajo por el tronco de un nogal y Tucker recordó haber intentado imitar aquella proeza de crío. Shiny quiso saber qué diferencia había entre las estrellas, los planetas y las lunas. —¿Seguro? —¿Vas a subir? Era noche cerrada y se sintió a salvo. —Hay que rejoderse —continuó—, esa es la clase de mujer que ando buscando. Tucker evitaba a esos hombres. —El viejo Joe-Eddie. —No, le ha venido la regla. De vez en cuando, Rhonda le daba una calada al cigarrillo de Tucker. Pero primero voy a preparar el desayuno. —Pues ya me lo estás averiguando. —No pienso ir a prisión por ti. —Sí, ya lo creo —dijo Tucker—. —¿Y dices que es un grifo? No peliagudo en el mal sentido. En su estado de debilidad, Tucker entendió que estaba expuesto a un nuevo ataque. Cinco años y medio era tiempo más que suficiente para que los perros lo hubiesen olvidado y no quería tener que enfrentarse a sus propios animales. Fueron al despacho del director, donde la señora Crawford le explicó la situación al señor Lawton. Tucker escondió el arma que le había arrebatado al motero debajo de su colchón. El nido con forma de bombilla gigante colgaba de una rama baja. —dijo Hattie. Restos diseminados de hierba parcheaban la tierra desnuda. Pero el sonido quedó reducido a un murmullo. Complete los datos del titular de la tarjeta con la que … Inspeccionó los árboles que flanqueaban el camino en busca de algún reflejo de luz de luna sobre metal, alguna silueta extraña, cualquier cosa fuera de lugar. Ahora se veía empantanado con una esposa que se iba a la cama enfadada, se despertaba enfadada y se pasaba todo el día de mala leche. Tucker tomó una curva cerrada y frenó. —¿Cómo te llamas, soldado? Abrió el macuto, metió el tarro, sacó su cuchillo de combate Ka-Bar y se lo amarró al cinturón. La recepción empezó a fallar. Pero podría recorrerlo sin problema con el coche, había modificado la caja de cambios y la suspensión para tener más tracción. Se pasaron dos horas haciendo planes. Y si yo no estoy, puedes hablar conmigo desde aquí. Jo rasgó la bolsa plegada y se metió una bolita amarilla en la boca. Había saltado veinticuatro veces y matado a numerosos enemigos. —¿Te pidió ella que la ayudases? No puedo llevarle y dejarte aquí. Y la siguiente primavera vinieron a llevarse a Big Billy y a las niñas. —Una banda de moteros de Dayton. Hattie se agachó y se inclinó hacia ella. Algo salió mal. Su cuerpo se hallaba muy lejos de su mente. Me has pillado mintiendo como un bellaco. Únase a los comentarios y participe en la plataforma de chat en directo sobre las acciones de Tesla - Página 2470 —Eso es buena señal. var addy88421 = 'centrealmouna' + '@'; —dijo él. Tucker no sabía quién vivía allí ahora. —Está cansada. Si encuentras uno, te quedas ahí y buscas a su alrededor, en círculos. —¿Qué? Aparte, no creía que quince kilómetros fuese tan lejos. ¿O qué te parece Buzón? Lo más inteligente sería hacer venir a alguien de Dayton y luego cargar el muerto a la banda de moteros. Etre un lieu d'accueil, de dialogue et de rencontres entre les diverses composantes de la société tchadienne. —¿Entonces qué es lo que quieres? Me deja sostenerla de vez en cuando. Angela conducía su propio coche, era la única mujer de la iglesia que lo hacía. ¿Me equivoco? You can now display menu or modules in Off-Canvas sidebar. Retrocedió dos pasos y volvió a situarse junto al coronel. Hace un rato me pillé en el pueblo este sombrero de fieltro. Tucker jamás había visto a nadie que sonriera de esa manera al pelear. Al cabo de dos horas, Tucker rodeó la casa un par de veces sin salirse del perímetro del bosque, alertando solo a los perros. Le entraba un hormigueo en las piernas y el estómago. Tú ya no estás en primero y yo ya no estoy en prisión. Pero no podrá atenerse a su historia. Nunca había llegado a comprender del todo qué estaba permitido en la mesa y qué no. —¿Tú me enseñarás dónde? Añadió mentalmente un cucharón metálico a la lista de necesidades para la siguiente visita. Lo volvió a intentar. Por último, se quitó los calcetines antes de atarse los cordones de los zapatos. Ella estaba apoyada en un montón de almohadas, leyendo los libros que le habían prestado los profesores. ... 37 Productos. Nació en un año impar, pero no sabemos seguro en cuál. Página 148 —Los del estado se llevaron a un hijo de la prima segunda de mi mujer. Pero ni pizca. Jimmy se estremecía cada vez que los neumáticos rebotaban en las amplias grietas. De niños se habían recorrido las colinas con sacos de arpillera y azadas, recolectaban podofolio y tabaco indio para venderlo al peso. Freeman sintió un alivio similar al que experimentaba cada vez que su esposa se giraba encolerizada para poner punto final a una conversación. Y el mismo tipo les volvió a contar lo del coche. —Ahora muy contenta, papá —dijo ella. Jamás habló de Beanpole, aunque algunas noches, sola en el porche, no podía evitar rememorar los primeros días de su noviazgo. —No sé por qué me da que no vas a querer hacerte cargo de él, enseñarle unas cuantas cosas, ¿verdad? —Trescientos —dijo Tío Boot. tipo de cambio del mercado. Luego se acercó a la orilla y se quedó contemplando una tortuga que tomaba el sol sobre las raíces erosionadas de un arce caído. Tucker no creía que fuesen a tomarse muchas molestias por un tiroteo entre los miembros de una familia de contrabandistas. El camino se allanó de pronto y asomó una casa entre los árboles. —No le da ni pizca de miedo. Ahora métete un traguito entre pecho y espalda. ¿Te lo pedí yo? ¿De acuerdo? Freeman lo examinó de cerca, se preguntaba si la crudeza del alcohol podría llegar a alterar el color de sus ojos. Giró sobre sus talones y se alejó marchando con un paso ligeramente descentrado, como si la ausencia de su querido instrumento afectase a su equilibrio.
Universidad Agraria La Molina Laboratorio De Suelos,
Clima De Madre De Dios Para Mañana,
Diferencia Entre Divorcio Y Separación De Cuerpos,
Seguridad Alimentaria En Pandemia,
Examen De Comunicación Para Primer Grado De Primaria Word,
Cursos De Dibujo Para Niños Gratis,
Casacas Ripley Hombre,
Solicitud De Certificado De Nomenclatura,